A la deriva

El grumete estaba cogido a un cabo mirando con intensidad el infinito desde la proa del barco. El mar estaba movido, con olas que luchaban frenéticas contra el barco, el cual parecía que en cualquier momento fuese a atravesar el lienzo. Por fin estaba terminada su obra maestra. Había tardado casi un año entero para terminar ese cuadro. Horas y horas pintando sin descanso para dar vida a la Santa María. En realidad, aun no tenía nombre pero Santa María era uno de los pocos nombres de barco que recordaba. Bien, tendría que buscarle un nombre al barco. Tendría que buscarle uno mejor.

Exhausto se estiró en el suelo. No sabía cuántas horas llevaba pintando, pero debía ser de noche a juzgar por ese silencio. Respiró hondo y se levantó. No se había dado cuenta que no estaba solo. Justo en la puerta estaba su hijo, mirando el cuadro mientras sujetaba las bolsas de la compra. Entonces no era de noche.

-Ya está acabado. Mi gran obra ya está. Deberíamos celebrarlo, no todos los días ocurre algo así. – dijo señalando el lienzo con orgullo.

-Desde luego que esto no pasa todos los días.

No encontró la felicidad ni el asombro en la voz de su hijo. Y enfoco la vista en él, tal y como hacía cuando tenía que dar una pincelada precisa, buscando que impedía que alguien no estuviese feliz ante semejante noticia. Su rostro estaba serio y fruncía el ceño como lo hacía su madre. Parecía más alto y se había cortado el pelo. Quizás debía preguntarle acerca de eso.

-¿Te has ido a cortar el pelo? – los ojos de su hijo se estrecharon y aun frunció aún más el ceño.

-Me lo corté hace dos meses. – y dicho eso se fue.

¿Dos meses? Imposible – pensó. Lo había visto esta mañana. - ¿O fue la semana pasada?

Salió de la habitación y fue hacía la cocina. Eric había dejado la compra a un lado y se había ido al sofá. Mirando encima de la mesa vi un montón de cartas. Era extraño, Clara, su mujer, jamás dejaba las cartas así. Quizás era una forma nueva de expresar su enfado que había desarrollado después de empezar a no fregar los platos.

La tele estaba puesta. Repetían otra vez esa estúpida película de la que nunca recordaba el nombre. Se sentó en el sofá y estuvo a punto de coger el mando, pero pensó que sería mejor dejar que Eric escogiera que ver. Notaba a su hijo muy tenso. Se preguntó si no había pasado poco tiempo con su familia. Lo dudaba, hacía dos semanas que habían comido juntos.

-¿Te ha dicho tu madre cuando va a volver?

¡Pam! Eric había tirado la lámpara al suelo y se había levantado, mientras le gritaba: - No te das ni cuenta, ¿verdad? ¿¡Estás tan obsesionado con tu maldita pintura que eres incapaz de darte cuenta de nada!?

Como si le hubiesen dado una descarga se levantó y le gritó a  su hijo: - ¡Recoge lo que has tirado! ¿Crees que es manera de hablarle a tu padre?

-¡Eres un imbécil! Mamá se fue hace un mes de casa y ni te habías dado cuenta. ¿Pasas de todos nosotros durante un puto año y ahora te las das de padre del año? Eres…- su padre le interrumpió con un bofetón. Se arrepintió nada más dárselo, pero fue mucho peor cuando vio los ojos de su hijo llenos de odio.

Eric cogió y se fue.

Arrastrándose casi por el pasillo volvió a su taller, pero ahora podía ver cada uno de los signos que mostraban que esa casa había estado deshabitada, aunque él no hubiese salido de ella en mucho tiempo. El polvo, el excesivo orden, las habitaciones a oscuras… Se dejó caer ante el cuadro y se preguntó si su hijo tenía razón. En la cara del grumete halló la respuesta. Y se puso a llorar.